Esmalte italiano y mármol. 24.5 x 24.5 cms. Noviembre 2011.
Lo fui haciendo y pensando sobre la marcha, como todos mis compañer@s el suyo, ya que el tiempo apremiaba y no podíamos ni pensar porque se nos secaba el cemento. Sólo tenía claro que quería usar el travertino amarillo y el azul bizantino, que me entró por el ojo nada más llegar a la escuela y me ha calado muy hondo. Quería algo sencillo y poder utilizar más materiales pero al final, el azul me atrapó irremediablemente. Realmente, este azul correspondería a la noche, así que, si le doy la vuelta al mosaico sería un amanecer. Un día de estos lo voy a probar a ver qué tal. Pero de momento, me gusta así.
Al principio no me gustaba, quizá porque apenas tuve tiempo de recrearme en él mientras lo hacía y estuvo marcado por un día de estrés. Pero ahora que lo tengo colgado en mi casa, lo veo varias veces al día y me produce siempre sorpresa y admiración el juego de la luz sobre él, que nunca es igual, el brillo del oro, la singularidad de las teselas, no sólo el mármol con sus pequeñas cavernitas y sus depósitos de minerales sino los esmaltes transparentes y la personalidad de ese azul tan intenso. Y el volumen que tiene, sobre todo de perfil.
Esa es la magia del mosaico, que una obra siempre es diferente, según la iluminación que haya, el ángulo desde el que miras y lo que en ese momento llame más tu atención. Hasta ahora, las obras que he hecho y puedo disfrutar a diario porque están en casa me gustan mucho más a medida que va pasando el tiempo. A veces, incluso alguna que no me gustaba acaba enamorándome como este Sol en Cielo Bizantino, verdaderamente improvisado.
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